Los comienzos del siglo XXI vienen marcados por una trasformación social intensa, con gran incidencia en los sistemas educativos. Por una parte se ha aumentado la longevidad que causa la evolución demográfica, lo que requiere una disponibilidad permanente de las personas hacia su formación, y exige una educación durante toda la vida. Por otra parte, las innovaciones tecnológicas dan lugar a nuevas series de conocimientos, a la exigencia de estar al día, al mismo tiempo que cambian los hábitos de consumo y los estilos de vida, las relaciones con el medio ambiente y las actividades industriales, que haciendo desaparecer los trabajos rutinarios y repetitivos, convierten el trabajo en algo mucho más cargado de tareas inteligentes que requieren iniciativa y adaptación.

Ante la inseguridad que proporcionan los cambios tecnológicos, la vertiginosidad de la sociedad de la información, la exigencia de estar al día y el desasosiego que surge de la incapacidad de dar y tener todas las respuestas, en infinidad de ocasiones nos cerramos en el círculo del no hacer nada, de pensar que nada es posible, de culpar a la sociedad, a los medios tecnológicos, a los jóvenes, a las multinacionales o a la globalización del planeta, de todos los males que nos aquejan. Sin embargo, la especie humana, y por lo tanto cada uno de sus individuos, tiene la responsabilidad de su propio futuro, necesitando un esfuerzo creativo y diversificado por parte de la sociedad y de los individuos.

La era de la globalización, el desafío en la educación está en enseñar a aprender y aprender durante toda la vida y no solamente en las edades tradicionalmente asignadas para ello. Estar al día es una de las claves en las que se fundamenta el aprendizaje en una sociedad tecnificada, en la que las personas tendrán que cambiar y adaptarse para vivir no en un mundo diferente, sino en varios que se irán creando sucesivamente. La idea, antigua idea de la UNESCO, de promover a escala planetaria la formación continua y la educación permanente, se refuerza con la nueva situación tecnificada del mundo y su avance imparable y vertiginoso.

La llamada tecnológica provoca en el individuo humano la entrada en un mundo diferente, pleno de alternativas, inacabable, apasionante e impredecible. La incertidumbre que generan las nuevas tecnologías, que para muchos es causa de ansiedad, se puede convertir en el motor del aprendizaje, de la búsqueda de soluciones nuevas, y por ende en la principal fuerza motivadora del aprendizaje.

El motor más potente para la creatividad es la interacción entre las personas. Las innovaciones tecnológicas permiten la total conexión entre personas, alumnos, técnicos, investigadores y profesionales y valorar qué relaciones deben ser hechas cara a cara y cuáles pueden lograrse por correo electrónico, chat, videoconferencia o por medio del uso de otras herramientas colaboradoras. Las herramientas, sin embargo, no reemplazan la interacción humana, que debe estar presente, cuando sea posible, en todo hecho tecnológico.

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